Apolo y Dafne:
Apolo y
Dafne es un relato perteneciente a la mitología griega
que a través del tiempo ha sido narrado por autores helenísticos
y romanos en forma de viñeta literaria.
Apolo,
dios de las artes y de la música,
fue maldecido por el joven Eros
después de que se burlase de este por jugar con una arco y una
flecha.
El enfadado
Eros tomó dos flechas, una de oro y otra de plomo. La de oro
incitaba el amor, la de plomo incitaba el odio.
Con la flecha de plomo disparó a la ninfa Dafne y con la de
oro disparó a Apolo en el corazón. Apolo se inflamó de pasión por
Dafne y en cambio ella lo aborreció. En el pasado Dafne había
rechazado a muchos amantes potenciales y a cambio había demostrado
preferencia por la caza y por explorar los bosques. Su padre, Ladón,
le pidió que contrajera matrimonio para que así le diese nietos.
Sin embargo, rogó a su padre que la dejase soltera, como la hermana
gemela de Apolo, Artemisa. A pesar de esto, Peneo le advirtió
que era demasiado hermosa como para mantener por siempre lejos a
todos sus pretendientes.
Apolo
continuamente la persiguió, rogándole que se quedara con él, pero
la ninfa siguió huyendo hasta que los dioses intervinieron y
ayudaron a que Apolo la alcanzara. En vista de que Apolo la
atraparía, Dafne invocó a su padre. De repente, su piel se
convirtió en corteza de árbol, su cabello en hojas y sus brazos en
ramas. Dejó de correr ya que sus pies se enraizaron en la tierra.
Apolo abrazó las ramas, pero incluso éstas se redujeron y
contrajeron. Como ya no la podía tomar como esposa, le prometió que
la amaría eternamente como su árbol y que sus ramas coronarían las
cabezas de los héroes. Apolo empleó sus poderes de eterna
juventud e inmortalidad para que siempre estuviera verde.
Apolo y Jacinto:
El
más joven de los hijos de Amiclas, rey de Laconia, era Jacinto. Febo
Apolo vio al apuesto muchacho y sintió por él una profunda atracción; incluso llegó a pensar en elevarle al Olimpo con el
fin de tenerle a su lado para toda la eternidad. Pero un aciago
destino se opuso a aquella deseo del ser mortal y lo arrebató
a la vida cuando era todavía un delicado adolescente.
Apolo
dejaba con frecuencia la sagrada Delfos para ir a solazarse, en
compañía de su favorito, en las orillas del Eurotas, junto a la
abierta ciudad de Esparta. Entregado a alegres juegos,
olvidandose de la lira y el arco, y no deseaba lanzarse a cazar
con Jacinto por las abruptas alturas del Taigeto. Un día, a la hora
meridiana, cuando el sol enviaba verticalmente sus abrasadores rayos,
se untaron el cuerpo con aceite y se entregaron al ejercicio del
lanzamiento del disco. Apolo fue el primero en levantar el pesado
redondel; lo balanceó con el brazo y lo arrojó al aire con tanta
fuerza que desgarró una nube del cielo. Transcurrió un largo tiempo
antes de que el redondo metal cayera de nuevo al suelo. Ansioso de
imitar al divino maestro, el muchacho se precipitó a recoger el
disco antes de que terminara su caída; y el disco, rebotando de un
fondo de rocas, fue a dar en el rostro del mozo. Tan pálido como el
herido, acudió Apolo a toda prisa y levantó en brazos a la víctima
ya insensible. Trató de reanimar los miembros débiles, de restañar
la sangre que manaba de la terrible herida, de aplicar hierbas
salutíferas que retuviesen el alma que se escapaba, pero todo
en vano. Como la delicada flor que. quebrada, deja caer de pronto la
marchita corola, así también la cabeza del pobre niño,
desfallecida y lánguida, se inclinó sobre el pecho del dios.
Del torrente de sangre que teñía de rojo la hierba,
brotó una flor de sombrío brillo como la púrpura de Tiro; de un
tallo salieron numerosas flores en forma de lirio y cada una llevaba
grabado en sus hojuelas, con escritura bien visible, el suspiro del
dios, «¡ai, ai!». Por eso ahora viene con la primavera la flor que
lleva el nombre del favorito de los dioses y, como aquél, muere
pronto, símbolo de la caducidad de todo lo bello sobre la Tierra.
Pero en Laconia se celebraba todos los años, a la entrada del
verano, un gran festival en honor de Jacinto y de su divino amigo,
las Jacintias, en el cual se rememoraba melancólicamente la
prematura muerte del muchacho, y a la vez se celebraba su
divinización.
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