lunes, 19 de septiembre de 2016

AMORES DESGRACIADOS

Apolo y Dafne:


Apolo y Dafne es un relato perteneciente a la mitología griega que a través del tiempo ha sido narrado por autores helenísticos y romanos en forma de viñeta literaria. 
Apolo, dios de las artes y de la música, fue maldecido por el joven Eros después de que se burlase de este por jugar con una arco y una flecha.
El enfadado Eros tomó dos flechas, una de oro y otra de plomo. La de oro incitaba el amor, la de plomo incitaba el odio. Con la flecha de plomo disparó a la ninfa Dafne y con la de oro disparó a Apolo en el corazón. Apolo se inflamó de pasión por Dafne y en cambio ella lo aborreció. En el pasado Dafne había rechazado a muchos amantes potenciales y a cambio había demostrado preferencia por la caza y por explorar los bosques. Su padre, Ladón, le pidió que contrajera matrimonio para que así le diese nietos. Sin embargo, rogó a su padre que la dejase soltera, como la hermana gemela de Apolo, Artemisa. A pesar de esto, Peneo le advirtió que era demasiado hermosa como para mantener por siempre lejos a todos sus pretendientes.
Apolo continuamente la persiguió, rogándole que se quedara con él, pero la ninfa siguió huyendo hasta que los dioses intervinieron y ayudaron a que Apolo la alcanzara. En vista de que Apolo la atraparía, Dafne invocó a su padre. De repente, su piel se convirtió en corteza de árbol, su cabello en hojas y sus brazos en ramas. Dejó de correr ya que sus pies se enraizaron en la tierra. Apolo abrazó las ramas, pero incluso éstas se redujeron y contrajeron. Como ya no la podía tomar como esposa, le prometió que la amaría eternamente como su árbol y que sus ramas coronarían las cabezas de los héroes. Apolo empleó sus poderes de eterna juventud e inmortalidad para que siempre estuviera verde.



Apolo y Jacinto:





El más joven de los hijos de Amiclas, rey de Laconia, era Jacinto. Febo Apolo vio al apuesto muchacho y sintió por él una profunda atracción; incluso llegó a pensar en elevarle al Olimpo con el fin de tenerle a su lado para toda la eternidad. Pero un aciago destino se opuso a aquella deseo del ser mortal y lo arrebató a la vida cuando era todavía un delicado adolescente.
Apolo dejaba con frecuencia la sagrada Delfos para ir a so­lazarse, en compañía de su favorito, en las orillas del Eurotas, junto a la abierta ciudad de Esparta. Entregado a alegres jue­gos, olvidandose de la lira y el arco, y no deseaba lanzarse a cazar con Jacinto por las abruptas alturas del Taigeto. Un día, a la hora meridiana, cuando el sol enviaba verticalmente sus abrasadores rayos, se untaron el cuerpo con aceite y se entrega­ron al ejercicio del lanzamiento del disco. Apolo fue el primero en levantar el pesado redondel; lo balanceó con el brazo y lo arrojó al aire con tanta fuerza que desgarró una nube del cielo. Transcurrió  un largo tiempo antes de que el redondo metal cayera de nuevo al suelo. Ansioso de imitar al divino maestro, el mu­chacho se precipitó a recoger el disco antes de que terminara su caída; y el disco, rebotando de un fondo de rocas, fue a dar en el rostro del mozo. Tan pálido como el herido, acudió Apolo a toda prisa y levantó en brazos a la víctima ya insensible. Trató de reanimar los miembros débiles, de restañar la sangre que ma­naba de la terrible herida, de aplicar hierbas salutíferas que re­tuviesen el alma que se escapaba, pero todo en vano. Como la delicada flor que. quebrada, deja caer de pronto la marchita corola, así también la cabeza del pobre niño, desfallecida y lán­guida, se inclinó sobre el pecho del dios.
Del torrente de sangre que teñía de rojo la hierba, brotó una flor de sombrío brillo como la púrpura de Tiro; de un tallo salieron numerosas flores en forma de lirio y cada una llevaba grabado en sus hojuelas, con escritura bien visible, el suspiro del dios, «¡ai, ai!». Por eso ahora viene con la primavera la flor que lleva el nombre del favorito de los dio­ses y, como aquél, muere pronto, símbolo de la caducidad de todo lo bello sobre la Tierra. Pero en Laconia se celebraba todos los años, a la entrada del verano, un gran festival en honor de Jacinto y de su divino amigo, las Jacintias, en el cual se reme­moraba melancólicamente la prematura muerte del muchacho, y a la vez se celebraba su divinización.

No hay comentarios:

Publicar un comentario